VALERIE MEJER CASO: ECHO | ECO

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Valerie Mejer Caso, translated by Michelle Gil-Montero 

ECHO


Once the ocean is spent, its hollow converts to steel, and

all the oddly propped boats are ready to tumble onto that

empty plate. I have no sun in this world, no ocean. What

can I do with all these daggers, heaped where the mountain

used to be? Some piece of the story has left us shaking, as

a great wind jingles the bangles on a frightful crown, has

dragged the rain and waterfalls to a distant atmosphere.

Water’s time is captive. In it, the groom clenches his eyes

and takes in the night of another body, and their breath

flickeringly lights the cabin, the palm trees, the people

drinking in silence. It brightens his face like a planet. Light

enough to burst the sphere and spill its liquid down the

street where the sea is still evaporating and the boat, with

no way to steady itself, lurches. On their bloody evening,

the trees stir, the broken jugs rejoin along empty paths.

There is a mountain made of teeth. The last of our water

hovers around the king, in his bath. No river feeds into the

sea. Its runnels are just writing. Stories about water, reedy

paradises, cities looped in canals. Debouchment tales. And

to think that you and I were right there, standing, when

you were alive, in Veracruz, in that effluvium where the

sand shone blue and the orange moon had the glint of a

good omen. On that rocky reef into the bay, we watched

the bride melt in the milk of clouds and new stars. On

the mountain, the trees could stand witness. Now is the

echo. The landscape is a big spoon, and the words are still

searching themselves, alone in the storm.


Valerie Mejer Caso

ECO


Tras el océano ido, su cuenco se vuelve acero y barcos

difícilmente apuntalados están por derrumbarse sobre

ese plato vacío. Me falta un sol en este mundo, me falta

un mar. ¿Qué hacer con esta pila de puñales que ocupa el

sitio donde estuvo el monte? Hay en la historia algo que

nos ha dejado temblando, un gran viento que mueve las

aspas de una corona temible y que ha arrastrado lluvia y

cascadas hasta una atmósfera remota. Está cautivo el

tiempo del agua. En él, el novio cierra los ojos al absorber

la noche de otro cuerpo y ese soplo ilumina intermitente

la casucha, las palmeras y los que beben en silencio. Se

aclara así su rostro de planeta. Esa luz debería de reventar

la esfera y derramar sus aguas calle abajo donde sigue el mar

evaporado y el barco se tambalea sin asidero. Los árboles

se agitan en su tarde de sangre, los cántaros se juntan en

los caminos vacíos. Hay un monte de dientes. El agua que

nos resta tiembla alrededor del rey, en su bañera. Ningún

río se vacía ya en el mar. Sus cauces son ya pura escritura.

Historias del agua, paraísos de juncos, ciudades circundadas

de cursos fluviales. Relatos sobre desembocaduras. Y pensar

que tú y yo estuvimos ahí, de pie, cuando estabas vivo, en

Veracruz, en ese efluvio donde la arena brillaba en azul y la

luna naranja tenía cara de buen presagio. Por aquel filón de

roca que entra en la bahía, vimos a la novia fundida en la

leche de las nubes y de las estrellas nuevas. Sobre el monte

los árboles podían ejercer su papel de testigos. Ahora está el

eco. El paisaje es ya una gran cuchara y las palabras siguen

buscándose, solas en el vendaval.


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